Los seres humanos nos comunicamos fundamentalmente a través del lenguaje. Y las palabras tienen el valor que quien las leen o las escuchan quieren darles.
El testimonio impreso siempre ha sido reconocimiento de que hay algo de interés en aquello que se escribe y se publica. Aunque no se esté de acuerdo y pueda gustar más o menos. Ahora que el desarrollo de las tecnologías de la información ha democratizado el proceso de publicación, es interesante pensar en el papel que, a lo largo de la historia, han jugado las editoriales, y en particular las de las universidades.
En Salamanca esta actividad ha sido muy importante desde la Edad Media. No es casualidad que algunos de los edificios principales de la Universidad estén situados en la Calle Libreros.
La transmisión del conocimiento se expresa a través de publicaciones, en un sistema imperfecto y cuestionado desde algunos sectores, pero que a día de hoy no encuentra alternativa. Si lo que se conoce no se comparte ni se difunde, se pudre en la soledad de quien lo oculta para sí mismo. Durante siglos, las propias universidades han sido las encargadas de publicar los textos técnicos y eruditos en los que se han sustentado docencia e investigación. La creación de las sociedades científicas rompió en parte ese monopolio, que con el paso de los años se ha ido rebajando al entrar en competencia las revistas científicas asociadas a empresas editoriales.
Pero la tarea no ha terminado. En el siglo XXI las universidades seguimos publicando monografías, manuales universitarios, ensayos, traducciones, revistas científicas, actas de congresos y tesis doctorales. El conjunto de las ya casi 70 editoriales universitarias e instituciones científicas y de educación superior asociadas a UNE ofertan un catálogo de más de 60.000 títulos, de los que varios cientos son aportaciones de la Universidad de Salamanca.
El primer libro publicado por nuestra Universidad fue la “Repetitio secunda” de Antonio de Nebrija, profesor de esta casa y autor de la Gramática Castellana más antigua, del año 1486. El último es “José Nieto: recursos compositivos”. El documental, motor creativo en su filmografía de ficción, de Vicente J. Ruiz Antón, que ha visto la luz en marzo de 2017.
Entre ambos, centenares de títulos, trabajos que han llegado a nosotros gracias a que una editorial universitaria contribuyó a difundir el conocimiento a través de sus publicaciones. Hasta hace bien poco, exclusivamente en papel, y ahora también en formato electrónico.
No entro en el debate sobre el soporte. Creo que su desenlace vendrá dado por la demanda de los usuarios. Pero más allá de eso, me interesa darle la importancia que se merece al trabajo de Ediciones Universidad de Salamanca (http://www.eusal.es/), y por elevación a todas las editoriales que impulsan el avance de las ciencias con nuevas obras y trabajos que multiplican las posibilidades de aprender.
No se trata solo de dar publicidad. Eso ya está al alcance de cualquier persona con un editor de texto y acceso a Internet. La labor editorial empieza antes de que el texto se escriba, y no acaba con su publicación, porque una de las claves es la difusión y la distribución. A lo largo de todo ese proceso hay un trabajo continuo de muchas personas que no aparecen citadas en las publicaciones, pero que contribuyen con sus aportaciones a completar el valor de los trabajos originales.
Por eso mismo me animo a hacer esta reflexión y a publicarla, y hacerlo precisamente hoy, 23 de abril, Día del Libro.
Las editoriales universitarias juegan un papel determinante en el proceso de gestión del conocimiento. Y olvidarse de eso es un error que no nos podemos permitir.