Quiero pensar que seremos capaces de gestionar los acuerdos bilaterales necesarios para que la relación entre los investigadores españoles y británicos no se resienta.
Unos días antes del referéndum británico sobre la permanencia del país en la UE escribí acerca de la posición que estaban adoptando destacados representantes del mundo de la ciencia y la innovación. Y también sobre las interrogantes que abría un proceso como el Brexit en el sistema europeo de I+D. Con el resultado de la votación sobre la mesa, es hora de tratar de responder a esas preguntas. O al menos intentarlo.
El No a seguir formando parte de la Unión Europea está generando las primeras reacciones tangibles: bajada de las bolsas, caída de la cotización de la libra, y acuerdo de la UE para acelerar el proceso y rediseñar la nueva Europa sin los británicos. En el ámbito de la ciencia y la innovación las consecuencias no son tan rápidas, pero desde este mismo momento los responsables de las políticas de I+D a nivel comunitario analizan cómo afecta el Brexit a los proyectos en marcha.
El Reino Unido aporta el 11% del presupuesto del programa estrella de la I+D europea: Horizonte 2020, y está recibiendo unos retornos del 16%. Solo las universidades de aquel país han obtenido 5.000 millones de libras esterlinas a través de estas ayudas para la investigación por esta vía. Las consecuencias para sus grupos y centros de I+D son claras: Salir de la competencia europea obligará a resucitar las convocatorias nacionales, en proceso de recesión en todo el sistema occidental de ciencia y tecnología. Aún manteniendo la inversión, los proyectos recibirán menos dinero, y seguramente no sean tan ambiciosos como los planteados a través de los consorcios internacionales. La derivada será un empobrecimiento del sistema en todos los sentidos.
Otros programas europeos de I+D en los que Gran Bretaña ha tenido un papel predominante, como el European Research Council (que lideran en captación de fondos) o el programa de movilidad Marie Sklodowska–Curie se verán afectados por su salida de la UE. El daño no será solo para los investigadores británicos, sino para todo el sistema europeo. La circulación de las personas y del talento, clave para el avance del conocimiento científico, se topa con una puerta cerrada a orillas del Atlántico.
Por otra parte, el ministro de Hacienda, George Osborn, ha estimado los recortes del presupuesto necesarios para afrontar el Brexit en unos 100.000 millones de libras en 2020. Parece lógico pensar que parte de esa resta la sufrirán las universidades y los centros de investigación.
Desde el punto de vista empresarial, las perspectivas no son mejores. Londres ha sido la ciudad elegida durante décadas por miles de empresas de corte tecnológico para instalar su sede europea. Un ejemplo es la industria digital, que aporta el 10% del PIB británico, en muchos casos a partir de la actividad de empresas extranjeras que operan en la City. Y,mayoritariamente, con trabajadores no británicos, por cierto. Desde algunos medios de comunicación como la revista Forbes ya se apunta a que algunas de estas empresas están valorando trasladarse a otras ciudades como Madrid, Berlín o Dublín huyendo de los aranceles que gravarán el comercio británico con el territorio UE. Estamos hablando de un sector que da trabajo a 1’5 millones de personas en aquel país, de las que más de 300.000 viven en Londres, según datos de la BBC.
Para las compañías 100% locales el panorama no es mejor. Piensen en cuánto va a costarles en impuestos a la exportación a empresas tecnológicas como Rolls Royce o British Telecom, con buena parte de sus mercados en la otra orilla del Canal de la Mancha.
Paradojas de la vida: el mes que viene, Manchester acoge la reunión de ESOF, la Feria Europea de la Ciencia y la Innovación. En la era de la innovación abierta y de los procesos colaborativos para fortalecer la investigación y el desarrollo de Europa, perdemos a un socio importante. La ciencia no encaja bien con los pasaportes y las aduanas. El conocimiento se empobrece por los vericuetos legales de las fronteras. Lo sabemos quienes nos dedicamos a ello.
A pesar de todo, quiero pensar que seremos capaces de gestionar los acuerdos bilaterales necesarios para que la relación entre los investigadores españoles y británicos no se resienta. Establecer un marco conjunto de trabajo para universidades y centros de investigación es un reto que debemos afrontar en beneficio de todos.
La lectura de algunos analistas señala que el voto masivo a favor de la salida de la población mayor de 50 años ha determinado el desarrollo y el futuro de los menores de 30, favorables a permanecer en la UE. Desde el punto de vista de la ciencia puede haber ocurrido algo parecido. Han sido muchos los que se han manifestado públicamente en contra del proceso, pero la fuerza de los votos de cientos de miles de sus compatriotas les expulsan del modelo de I+D más potente del mundo.