Un gran número de empresas apuestan por la innovación para desarrollar productos y servicios nuevos o mejorados y, por lo tanto, más competitivos.
Vivimos en una sociedad en la que la investigación científica y tecnológica forma parte de nuestro día a día. Estamos habituados a la aparición de nuevos elementos tecnológicos, fármacos, productos alimenticios, materiales, entre otros, que nos permiten ser más eficientes y mejores. Nos encontramos con que desde niños, ya algunos de nuestros hijos e hijas quieren ser investigadores (es la segunda profesión más valorada entre los españoles según la encuesta de FECYT) y vemos como la ciencia y su gestión se incorporan al debate social y a la negociación en los parlamentos y centros de decisión política.
La I+D es uno de los ejes en torno al que desarrollan su actividad las universidades y centros de investigación. También un buen número de empresas, que apuestan por la innovación para desarrollar productos y servicios nuevos o mejorados, y por lo tanto más competitivos. En el sector de la I+D trabajamos decenas de miles de personas en toda España (concretamente 200.232 en 2014, según el INE, de ellos casi 9.000 en Castilla y León).
Para la mayoría de los ciudadanos los trabajos de investigación son casi invisibles y se relacionan con los productos y servicios que se generan en la última parte del proceso de I+D. Hasta llegar a este punto es necesario, en la mayoría de los casos, hacer grandes inversiones en capital humano e infraestructuras sostenidas a lo largo de un amplio periodo tiempo, mayor o menor en función de ámbito de investigación. Y el grado de incertidumbre (las posibilidades de que no se alcancen los objetivos, o que se consigan después de otros lo hayan conseguido antes) es elevado.
En los procesos de investigación e innovación se aplican metodologías diferentes en función de los ámbitos de conocimiento, si estos se llevan a cabos en universidades, institutos de investigación o empresas, y en la mayoría de los casos están determinados por las condiciones de financiación. Los modelos de innovación abierta, que han roto con la tendencia histórica de encapsular la I+D empresarial para evitar que otros participen de los desarrollos propios, se imponen con fuerza en sectores como la automoción, las TIC y la energía, entre otras, y cada vez son más los que abren sus laboratorios a otros grupos de investigación, con los que tienen sinergias, para compartir experiencias, oportunidades y avanzar a mayor velocidad y con más solidez en sus investigaciones. La I+D está sufriendo un proceso descentralización muy rápido y profundo. Y es preciso buscar el conocimiento allí donde esté y conectarlo en un sistema de nodos que, la mayoría de las veces, incorpora a personas y organizaciones de distintos países.
Estos procesos, muy frecuentes entre emprendedores y cada vez más en boga en parques científicos y tecnológicos, están adquiriendo una dimensión internacional impulsada en muchas casos por los sistemas de financiación supraestatales. Programas como Horizonte 2020 (H2020), impulsado por la Unión Europea y con un presupuesto total que supera los 71.000 millones de euros en ocho años, son la base en la que se apoya el trabajo de muchos grupos de investigación. Universidades, centros tecnológicos y empresas están poniendo el punto de mira en Europa para obtener los fondos con los que pagar su trabajo. Especialmente desde que los instrumentos de financiación nacionales y regionales sufrieran importantes recortes a final de la década pasada.
Competir por fondos europeos implica hacerlo de forma conjunta con otros socios, de diferentes países, lo que supone participar en procesos de investigación colaborativa.
Competir por fondos europeos implica hacerlo de forma conjunta con otros socios, de diferentes países, lo que supone participar en procesos de investigación colaborativa. En este contexto, los investigadores españoles han hecho sus deberes, y por primera vez, en 2014 nuestro país obtuvo fondos europeos de investigación por una cantidad mayor que la aportada como socio de la UE. Ya somos el quinto país receptor en ayudas dentro de H2020, con 553 millones el año pasado.
Esta tendencia está en alza y afecta a todas las organizaciones, tanto públicas como privadas. Prueba evidente de ello es que la Universidad de Salamanca ha cuadruplicado sus ingresos procedentes de proyectos colaborativos internacionales en 2015 con respecto a 2014, pasando de participar en siete proyectos europeos en 2013 a 37 en 2015. Aunque estar en la primera división de la investigación pasa por ser competitivo a la hora de conseguir proyectos europeos, hay que tener claro, que aquellos centros de investigación que están en primera línea son las que tienen apoyo intenso y decidido de las administraciones regionales o locales de las que dependen, o de la industria que los rodea. Ejemplos claros de ello son el University College de Londres, que ya ha obtenido casi 50 millones de euros de H2020, la también británica Universidad de Cambridge (44 millones) y la Universidad de Copenhage (39 millones).
Pero este proceso de internacionalización no se queda solo en participar en convocatorias competitivas a nivel europeo. Una de las claves de mejora es la atracción de talento internacional, haciendo atractivas nuestras organizaciones para que investigadores, empresarios e inversores se decidan a desarrollar proyectos de I+D aquí.
No es una utopía. En el Parque Científico de Salamanca estamos incorporando empresas de otros países interesadas en llevar a cabo actividades innovadoras en el entorno que les brinda la universidad. Las dos últimas en incorporarse han sido la mexicana UST Global y la neozelandesa MEGA.
También es importante diseñar políticas claras a medio y largo plazo, que orienten y dinamicen estos procesos de investigación tanto en entidades públicas como privadas. Estas políticas pasan tanto por proporcionar formación adecuada a investigadores como por favorecer procesos de captación de talento. Buenos planes de investigación bien dirigidos y un fuerte apoyo institucional fortalecen y dinamizan los procesos de internacionalización, que ya son (y lo serán cada vez más) la base de nuestra financiación y una fuente de riqueza para nuestra comunidad.
La innovación abierta de corte internacional está pasando de ser una opción a una obligación. Competir -y triunfar- en un escenario global implica establecer alianzas, llegar a acuerdos, organizar y potenciar el talento y poner a su disposición los equipamientos y recursos necesarios. Con este escenario y a la vista de lo que viene, quedarse fuera del mapa mundial de la I+D no es una opción.