Louis Braille: Palabras que son luz

Me gusta conocer la historia de las personas que han hecho aportaciones esenciales al desarrollo del ser humano y del planeta. De su vida y sus trabajos es fácil sacar ejemplos y reflexiones perfectamente aplicables a problemas cotidianos, mucho menos elevados que los que ellos se encargaron de resolver.

El 4 de enero de 1809 nacía cerca de París Louis Braille. Hijo de un guarnicionero, un accidente en el taller familiar le dejó ciego a la edad de cinco años. Su capacidad de aprendizaje y su trabajo le permitieron estudiar con una beca en el Instituto de Jóvenes Ciegos de París, una institución pública creada al abrigo de la Ilustración, donde desarrolló su carrera como profesor.

Braille da nombre al sistema de lectura y escritura que creó, y que hace posible que las personas con graves problemas visuales puedan comunicarse por escrito en todo el mundo. Como ocurre en la mayoría de los avances de la ciencia y la tecnología, su creación no partió de la nada, ya que usó como base el Sistema Barbier, inventado por otro francés para facilitar a los oficiales del Ejército la comunicación en clave en condiciones de muy baja visibilidad.

A partir del trabajo de su predecesor, de su propia experiencia y de lo que aprendió en el centro donde estudió y dio clase, Braille desarrolló el célebre método basado en un código de seis puntos que, sin embargo, tuvo una desigual acogida: mientras los estudiantes celebraban su creación y aprendían su uso, destacando los avances que suponían respecto al método anterior a partir de letras y números en relieve, el grueso de los profesores y las autoridades académicas rechazaba su modelo con la excusa de que, por ser distinto al de las personas que veían, generaría una mayor segregación.

La constatación de que el lenguaje Braille suponía una mejora demostrable para el aprendizaje de la lectura y escritura para ciegos, unida a la presión de los usuarios, concluyó con su adopción de manera oficial en 1854, un año después de la muerte de su creador.

Como parte de lo que ahora llamamos el estado del bienestar, la ciencia dedica parte de sus recursos al desarrollo de fármacos, técnicas quirúrgicas, instrumental, ayudas ortopédicas y sistemas mecánicos, eléctricos y electrónicos que permiten la recuperación de muchos enfermos y/o ofrecen mejoras sustanciales de la calidad de vida para los casos incurables.

En el caso de los invidentes, y solo tomando como referencia proyectos llevados a cabo en España, encontramos en los últimos años sistemas de visión artificial, aplicaciones de imágenes acústicas, ojos biónicos y bastones electrónicos inteligentes, entre otros.

Los procesos de investigación asociados a la salud son extremadamente costosos, y el grado de incertidumbre respecto a su efectividad es muy alto. Por eso las administraciones públicas impulsan este tipo de trabajos, y velan porque todo se lleve a cabo conforme a criterios donde prima el interés general.

Como en el caso del método Braille, la práctica totalidad de las innovaciones relacionadas con la sanidad están basadas en desarrollos previos, en muchos casos de investigación básica que se lleva a cabo en universidades y centros públicos de investigación, a veces en condiciones un tanto precarias.

Me hago esta reflexión, al hilo de la efemérides del nacimiento de Louis Braille, como reconocimiento a todos los investigadores que llevan a cabo su trabajo con el fin de ofrecer una mejor calidad de vida a otras personas. Sin investigación básica difícilmente puede llegarse hasta la innovación. Por eso, entre otras razones, es tan importante el trabajo que se desarrolla en las universidades públicas y en organismos como el CSIC, entre otros.

Mi reconocimiento para todos ellos y mi deseo de que 2017 sea un año pleno de ciencia en el que podamos seguir avanzando, a través del conocimiento científico, en la mejora del planeta y de todos los que habitamos en él.


Juan Manuel Corchado

Catedrático, Área de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial, Departamento de Informática y Automática de la Universidad de Salamanca.


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